Bajo el escrutinio
de la mirada enardecida
congrega sus besos penitentes
adheridos fielmente
a la recia nervadura,
penden prendidos de las hebras
frágiles y cristalinas
que se tienden con espesura.
Marcan las venas talladas,
calcinadas en la brasa de su lengua
desde la base hasta el ápice
prolongándose en la hondura
que enmudecida se ahoga
doblegada entre el sollozo.
Vástago que se extiende
reinante en la oquedad más húmeda
para emerger tras el reboso
y con un beso ser coronado
por quien le concede su dote.