Cual fruta tierna
desprendida
del árbol de la sabiduría
se dejó caer
doblada ante mi,
encastrada en lo profundo.
Como un pequeño diablo
me dio a probar
su fresco veneno,
narcótico cóctel
de discordia y sortilegio.
Y bastó ver el gemido
bailando en la punta de su lengua.
para saber que no hay jardín,
que no hay delicias,
que los verdaderos paraísos
condenan a ser prisionero.