Ella sabe cuan débil es la carne,
sabe como elevar mi plegaria
y confesarme desde su boca
el pecado más dulce.
Sabe todo lo que provoca,
la caída vertiginosa,
el remolino constante
sin poder evitar
esa sensación de levitar
aún en la voracidad
encontrada en la hondura,
mientras me va despojando
de todo aquello que lleva su nombre
y que resbala por su piel
cual sentencia de mí otorgada