Aún tengo en mi piel
el eco de tu desenfreno
y mis poros erizados
por el descontrol de tu boca,
desde la suave ternura de tus susurros iniciales
hasta el estallido de tu excitación final
grabados en mis oídos,
porque ese momento lo soñabas
y anhelabas con impaciencia
tanto que al llegar
tu corazón parecía querer salirse de tu pecho,
ahogado de goce y delirante por el deseo
y al final de la tormenta,
una tormenta que parecías no querer acabar,
tu jadeo constante,
mi voz en tu oído que te aquieta
mientras la tuya clama repetir.