Desde la primera vez que te vi, tu manera de vestir siempre fue muy sencilla, sin alardes de tus encantos que con justicia poseías. Esos encantos que no se revelaban para cualquiera y que sólo eran percibidos a los ojos atentos de quien te apreciara. Sin embargo, las miradas que yo había posado sobre ti ya tantas veces habían advertido de tu atracción, sólo faltaba la confirmación de cuánto podía brillar tu belleza de sólo tú quererlo. Hasta este día.
Esperaba el reencuentro con las ansias propias de quien no ha visto en algunos años a la mujer que tanto ha deseado. Y allí estabas, fue una nueva primera mirada. Lucías hermosa llevando un vestido azul que generosamente se adaptaba a tu silueta, ya no dejando lugar a dudas de tus encantos. Tu más de metro setenta cubierto hasta mitad de tus muslos, tus hombros descubiertos y tu largo pelo negro ondulado envolviendo tu cara sonriente de niña. Clara y radiante ante mi.
Nos saludamos con un abrazo que resumía este tiempo lejos, si bien nunca perdimos el contacto y tantas veces alimentamos el deseo en traviesas conversaciones a la distancia. Pero fue un saludo especial de ambos, con ansiedad y sin dejar de mirarnos a los ojos. Había mucho que contar; entonces decidimos prontamente dejar aquel lugar tan concurrido y escaparnos de la fiesta para buscar un lugar más tranquilo.
Nos sentamos fuera en una silla colgante que se balanceaba al ritmo de nuestro nerviosismo, la conversación se extendía casi sin pausas, teníamos tanto que decir, recordar y compartir. Mis miradas espiaban cada detalle de ti y en tus movimientos parecía haber siempre una intención.Te había confesado todo cuánto me atraía que ya no había secretos. Sabías cuánto me gustaban tus piernas y que tu cuerpo despertaba todos mis deseos. Sabías tanto que me confesaste llevar bragas de color negro con encajes, porque eso me gustaba, más aún no llevabas sujetador y tus pechos se manifestaban libres en tus movimientos, sabías cuánto los deseaba. Cruzabas tus piernas dejando cubierto el límite justo para que yo imaginara el resto, sabías jugar y dejarme imaginar. Sabías tanto y sabías como manifestarlo.
Mientras los minutos pasaban entre historias mutuas, mis dedos se entrelazaban con tu pelo y luego se deslizaban por el costado de tu cara, entonces te invité a bailar, me levanté, te ofrecí mi mano y te dejaste llevar. Bailamos con la música de fondo a lo lejos y sin decirnos casi nada, sólo nuestros cuerpos cercanos y las respiraciones al oído con la luna contemplando la escena.
Cuando la música cesó por un momento, te abrace por la espalda rodeando tu cintura, la noche era cálida y tu piel más. Besé tu cuello y tu hombro descubriéndolo, bajé la cremallera de tu espalda y mi mirada se deslizó desde tus redondeados hombros hasta donde el cierre de tu vestido finalizaba, de frente tu pelo caía hasta la altura de tus pechos, deslice mis manos por dentro de tu vestido para ir al encuentro de ellos, te acaricié como siempre quise hacerlo y de pronto la espera se hizo prisa por ser tuyo, y no hubo momento en que quisiera detenerme tan sólo ir tan profundo como me permitieras viajar.
Tú me consentías sin pronunciar palabra alguna, era un momento esperado por ambos. Con mis manos acariciaba tu espalda desde arriba hasta llegar a tus bragas para luego rodearte con mis brazos por la cintura, tú estirabas tus brazos hacia atrás y sujetabas mi cabeza invitándome a no dejarte. Parecía no haber lugar donde poner un beso más, ya no había espacio para la separación.
Me interné en tu cuerpo caliente con suavidad, mis movimientos lentos y constantes fueron respondidos por tu humedad y tus gemidos que hacían olvidar el ruido ya ajeno en la distancia. No existía nada, ni nadie más que solos tú y yo bajo una tenue luz que nos confundía entre nuestras siluetas.
Con firmeza y cuidado acariciaba tu interior, tu cuerpo parecía estar suspendido apenas parada en puntas de pies, lo tensabas y vibrabas mientras yo te sostenía por unos segundos en el aire sin separarte de mis brazos. Gemía en tu oído alentado por complacerte y poco a poco la prisa era parte de mi cuerpo, mi mente ideaba caricias que tu cuerpo transformaba en realidad.
Buscamos recuperar el aliento abrazándonos más y entrelazando nuestras manos. Tus labios encuentran a los míos en un dulce beso, te susurro mis buenos deseos mientras el cielo se tiñe de colores entre estallidos. Tu noche, la mía, nuestra noche finalmente y volvemos a ser parte de todos con el anhelo de perpetuar ese momento.