Fue en aquel cumpleaños el último día en que te vi, era un momento importante para ti y yo estaba feliz de participar de ello. Desde que te conocí cautivaste mi atención de una manera distinta. Tus ojos cristalinos y tu cara de muñeca, tras la cual la inocencia late y se escapa entre gestos y sonrisas, algo que sin duda no aprecié en la primera mirada, pero vi más allá pronto.
Y así te busqué cuando quise estar más cerca de ti, los encuentros se sucedieron, entre palabras que no estaban sujetas a ninguna prisa. Tú sonreías y yo buscaba interpretar tu sonrisa cuando me hablabas.
Pero un día ya no estabas, mensajes que no llegaban, sólo esperar entre el no saber. Hasta ayer, cuando me sorprendiste al verte nuevamente, y no fue mi boca, sino la tuya que susurro las primeras palabras aquel día, mi instantánea sonrisa fue la respuesta junto a las ganas incontenibles de abrazarte y que ya no te distanciaras más. Ese abrazo fue sentir tu aroma, llenarme de ti como deseaba. Así la tarde se iba...
Los rayos del sol colándose por la cortina entreabierta me dan en la cara mientras abro mis ojos y veo el cielo azulado afuera, luego de uno segundos me giro en la cama y allí estás, de espaldas a mi. Entonces me pego a tu cuerpo, te abrazo por la cintura y te susurro al oído "buenos días muñeca mía", mueves tu cabeza y en voz baja me das los buenos días, mientras beso tu hombro y pongo mi cabeza allí. Te abrazo más fuerte, pero suena el reloj siempre apremiante rompiendo ese momento.
Te levantas, te diriges a la ducha y acto seguido voy tras tu silueta de blanca piel que sólo cubre el traslúcido camisón, el mismo que dejas caer dándome la espalda mientras mis ojos contemplan tu cuerpo, tus formas.
Me acerco por detrás para volver a abrazarte, te susurro "eres un sueño, hazte real", al tiempo que beso tu cuello y me tomas de la mano para meternos bajo el chorro de agua. Frente a frente, mi cabeza pegada a la tuya mirándonos a los ojos y esa cascada que nos envuelve en su tibieza, la que ambos ayudamos a aumentar. Te acaricio el rostro, los lóbulos de tus orejas. Tus mejillas se enrojecen como esos labios tuyos que parecieran pedir un beso sin decir una palabra, entonces sucede. Ese beso se hace también agua y resbala por tu cuello hasta tus pechos, del tamaño perfecto para que mis labios se hicieran de ellos mientras tus pezones cobran vida entre mi boca.
Te tomo por la cintura acercándote más hacia mi y mi mano recorre tu espalda sin despegarse de tu piel hacia tu muslo derecho, levanto tu pierna como si bailáramos bajo alguna lluvia torrencial que no impide que nuestro deseo construya esa escena soñada. Sonríes de manera luminosa y tu boca exhala
un suspiro profundo cuando mi cuerpo se interna en el tuyo. El agua nos hace sentir en una ingravidez que suaviza aún mas nuestro tacto. Tu vientre pegado al mío, tus pechos cesando su vaivén el pegarse a mi torso y las caricias igualan el roce del agua escurriendo sobre nosotros.
Nos dejamos ir en el desenfreno y el vaivén se vuelve imparable entre nuestras pieles resbaladizas, arqueas tu espalda al momento en que voy más dentro de ti, buscando perderme sin querer salir más de tu cuerpo. Tus dedos se clavan en mi espalda al recibir cada movimiento cuando mi sexo se acopla al tuyo.
En ti me sumergo una y otra vez mezclando dulzura y pasión desenfrenada, hasta que todo se detiene brevemente para dar paso a tu estremecimiento que se hace también mío. Y somos uno, tú y yo al mismo tiempo. Ninguno de los dos dice palabra alguna, el agua sigue corriendo y cayendo sobre ambos abrazados sin querer abrir nuestros ojos, sin querer apartarnos.
Comenzaste siendo el sol de mi mañana y terminaste siendo también la estrella más brillante de mi noche.