Soy dueño de tus momentos más quietos
que se sobresaltan con placer a mi llegada,
dueño de tu excitación cuando te llevo
a perder la noción y el sentido de la distancia.
Dueño de tus silencios vitales y profundos
que en los míos se vuelven tus propias palabras,
de tus líneas desnudas que dócilmente
se atreven desenfadadas ante mi mirada.
De tu baile para mi, aún a solas
que es ofrecimiento en entrega complaciente y entera,
dueño, como lo es el invierno de la lluvia
o el sol del atardecer que dibuja tu reflejo en la orilla.
Dueño de tu intimidad en la pasión desplegada
que te lleva a precipitarte en mis brazos sin espera,
de esos labios que disipan el habla entre gemidos
como testimonio de la encarnación de mi cuerpo en el tuyo.
Dueño del más secreto suspiro que corta el aire,
desde el primer hasta el último sueño temprano
que como amante experto eriza la piel
con tan sólo delinear en ti un pensamiento.
Dueño del dulzor que se posa sobre ti para vestirte,
de la boca que pide mis besos sin recelo
y de todas aquellas formas en que reclamo mi posesión,
dueño total y absoluto de lo que es mio en ti.