obteniendo de tu boca
la expresión que nadie más engendró,
ni engendrará en ti,
cuando el descontrol gobierna tus ansias
y se vuelve una oración desgarrada
en la urgencia de la respuesta deseada.
La figura de un nombre
lucirá como cicatriz permanente
en el territorio complaciente de tu cuerpo,
marca de propiedad privada
sobre el cielo vivo de tus pechos,
tácito pacto que precede a la suplica de tu ruego.
Y nada fue antes
como no será después igual,
al caer a mis pies pero sin rendición
derretida y dominada por el hambre aún latente
queriendo llegar una y otra vez
a tocar ese instante perfecto
en que fuiste moldeada a placer.