El caballero empuña su espada
aunque no libre batallas de sangre ni muertes,
sino de vida y latidos que se agitan tras la carne.
Desnudo resiste en su propia encarnación,
vertiendo su espíritu con ímpetu entre el fuego
de su buscada rendición que se hace bandera,
hasta sentir su corazón desgarrado pendiendo de un hilo
y entre las manos palpitante su cuerpo
manchado de lluvia espesa blanquecina,
así va dejando en el aire un último suspiro