En la perversidad del placer,
cuando laten y claman ardorosamente
las ganas de la vehemencia,
allí donde la lluvia se ausenta
en el centro de tu estrellada perla,
encuentro una recóndita puerta
para abrir de par en par tus ojos.
Con la daga clavada en lo más profundo,
con estocada certera de su punta de diamante
doblego tus fuerzas
y tú liberas el ruego imperioso
en tu inversa reverencia,
pidiendo que rompa impúdicamente
tu cúmulo de pureza.