Cuando sedienta tu piel
vestida de blancura virginal me esperaba,
subí a la más alta torre
donde mora el sol y rasga las claras de la mañana
para precipitarme sobre ti sin demora
hecho fina y áurea lluvia
que fresca como celestial rocío
regó tu voluptuosa figura
fecundándola de nueva savia.
Y con las palmas al cielo elevadas
sentías la pluvial caricia gota a gota
ofrecerte generosamente deseos
que vertían en ti
infinitas estrellas doradas.