Desnuda enfrenta la batalla
enfundada en su armadura,
piel de satén
eróticamente pulida.
Sobre un manto de crin cabalga
transgrediendo límites
para alcanzar lo prohibido,
allí, donde es fieramente domada,
mansamente pervertida
y su mente adiestrada.
Hasta caer entre las brasas
de rodillas, rendida y las manos
al súbito grito aferradas,
desfalleciendo
en la brevedad de cada pulso
que rasga su carne invadida,
y muere lenta
en placentera agonía,
con dos corazones latiendo
para ascender a lo más alto
donde se vuelve plegaria
llena de gloria.