Deslizo la punta filosa
a ras de la superficie
que se ofrece confiada.
Corto con delicadeza
el fino espesor de su trigal,
hasta conseguir el suave tacto
en el contorno de sus labios callados.
Allí justo
donde mi beso profanará su pureza,
en aquel monte
donde predico mis mandamientos.
Voy a enseñarle a gemir
como a mí me gusta oírle,
agitada en su desnuda timidez
por el fresco soplo