Se desprende del tiempo suspendido
y se me presenta vestida de inocente rubor,
con la tentación de lo que no es correcto,
con el encanto atrapante de lo nuevo.
Me sugiere lo más perverso
cuando todo converge en su figura
que se propaga
en la mirada no confesa que la espía.
Desciendo por su espalda
recorriendo su pronunciada curvatura,
deteniéndome en sus pliegues,
en la línea que separa
ambas caras del círculo,
como si lo prohibido y anhelado
se condensaran
en el goce quieto de observarla.