Me alcanza entre lo incierto
cuando menos la espero,
me roza y eriza
como suaves son sus dedos.
Encaramada sobre mis piernas
secuestra mi sonrisa
haciéndose ovillo
para albergarse en mi regazo
y me miente sin saberlo.
Sus manos, mis manos
en constante juego,
ese tan nuestro
de repetir a la vez lo que pensamos
y no necesita más
para ser mi atardecer y mi mar en calma
que hasta su sangre se ausenta