(Auroratris)
Anclada al compás de tus caderas...
Tensado el arco de mi espalda como dócil instrumento entre tus manos me desgarras notas en el pentagrama de mi costado, definiéndome el allegro en la piel rozada con la cuerda de tus labios. En cada línea una clave, en cada clave el timbre de tu voz sodomizando a mi cordura.
Asida a tu hechura...
Me aferro a la impaciente voracidad de tus manos que recorren mi cuerpo de guitarra afinando y desgajando la funda que habita. Mi figura de mujer se abandona al abrazo como espuma de mar sutilmente amparada en el nido de tus muslos.
Tensado el arco de mi espalda como dócil instrumento entre tus manos me desgarras notas en el pentagrama de mi costado, definiéndome el allegro en la piel rozada con la cuerda de tus labios. En cada línea una clave, en cada clave el timbre de tu voz sodomizando a mi cordura.
Asida a tu hechura...
Me aferro a la impaciente voracidad de tus manos que recorren mi cuerpo de guitarra afinando y desgajando la funda que habita. Mi figura de mujer se abandona al abrazo como espuma de mar sutilmente amparada en el nido de tus muslos.
Enlazados
los brazos alrededor de tu cuello niego la visión de la imagen que me
arropa para deslizarme como collar de cuentas por la falda de tu pecho, y
dejarme mecer por la balada entonada. Tu nombre en la punta de mi
lengua haciendo de la entrega la inmortalidad de tu ser.
Tu
mirada atrapando el cielo exhala la esencia regalada. Devoras el aire,
robas los suspiros… te vacías como lluvia de abril. Y las bocas se hacen
cómplices de las pupilas y las pupilas de la hoguera.
Adagio...
En
la cruz de tu efigie me acomodo renunciándome y recogiendo el sosiego
desertado para seguir sintiendo en las teclas de mi piel los últimos
acordes de impiedad.