En el preludio de sus muslos
se dibuja un delta,
aquel ángulo perfecto
que desemboca en su abertura.
Allí su mano toca
el encanto exquisito de su tesoro,
donde rebosa la carne ansiosa
como favor prometido.
Con esa visión ella me tienta
porque sabe que no me resisto
a caer en el vórtice de su sexo,
así como sus yemas trémulas no contienen
invocar a nombre de mis dedos
el goce que solo en mí encuentra.