La voz
antecede a la postura,
la postura da paso a la complacencia,
premura silente por saciarla
con el flagelo
que pintará su crepúsculo
y que cambia la forma de amar.
Lo confieso
con mi sonrisa en plenitud.
El grito
le sucede a la agitación,
la agitación se rinde a la satisfacción,
lúcida locura en llamas
midiendo los límites
con la avidez
del momento siguiente por conocer
y que ella abraza con júbilo.
Lo confiesa
con su sonrisa en plenitud.