Encierra sus pupilas
ante el certero mandato
que precipita la noche sobre su tarde,
quieta se abandona a la confianza
en el regazo tibio
de la voz que le susurra.
Siente el cortejo de los besos
bordeando sus sentidos,
meciéndolos en el eco interno
que la desarma y erotiza.
Oratoria que la encumbra
entre latidos como pájaros
desprendidos de su pecho,
que levantan vuelo
por lo exacto de lo finito,
por la distancia vencida,
por el enigma de la humedad siendo fuego
donde toma forma y nace su sonrisa,
su estallido.