En jardines labrados por su encanto
vislumbré el fruto prohibido,
allí donde el agua dulce
riega la inocencia
y crece fértil la tentación.
Por los candiles vivos entre su risa
hallé mi perdición,
con apenas rozar su cercanía
me condenó al fuego
lento y placentero de su seducción.
Y como un ángel caído
privado de su vuelo
entre los árboles de la virtud,
me vi atrapado
por todo su soñado candor.