Un trono para dos monarcas,
la primera gobierna como astro mayor
sobre la torre que se yergue
imponente al sur,
siendo certeza y sabiduría.
La segunda es aire que con justicia
despliega su alborotada melena
asentada sobre la sierpe
que fustiga su goce al norte
como un joven deseo que se rebela.
Ambas se alinean
en un mismo nombre
y como dos tesoros emergen
bajo la potestad de quien ensalzan
con el diluvio deseado de sus afluentes.