El fuego le nace con viveza de los ojos
cuando otea
ataviada de brío incandescente
atravesando el aire
que se torna amablemente su aliado.
Cautiva toda sorpresa
con el lento ritmo de un soplido
contenido tras el arrobo de contemplarla,
mientras levita
como si sus pies trazaran pinceladas.
Así flota
indómita, suspendida,
mecida por el empuje de la pasión,
sostenida por la fuerza de sentir
antes de caer suavemente ligera
como pluma a merced de la brisa.