Abierta la flor espera caer vencida,
se cimbra como trigal al viento
palpitante en su celestial corazón
floreciendo en el gozo.
Bebe agradecida del templado licor
que empapa la piel con soberanía,
balsámica agua mal nombrada
que mana quemante y baña
desde la fuente de oro hacia el crisol
impregnando los poros hasta la raíz.
Entonces cierra los ojos
y al abrirlos emerge la sonrisa.
No era París,
pero la adorada lluvia le calaba hasta el alma.