La llaman Diosa del fuego
porque es zarza ardiente
crepitando en la glorificación,
llama viva ante el roce manifiesto.
Líricos orfebres se rinden a su gracia,
la ensalzan cual numen
en el Olimpo venerada
y se cubre de piel transparente,
nacarada, perlada.
Abandonada al impulso cuando siente
se hace líquida cascada,
aljófar que palpita entre rojos labios
confidentes de su arrobo.
Dama de invisible mirada
se contonea llevada por las palabras
y ante el vocablo se rinde
comiendo de su mano la ambrosia codiciada.