La veía alabear su dorsal
con toda la gloria en ciernes,
mientras sentía que era
la maleable solidez
en la que yo prodigaba mi regencia.
La traicionaba la pasión
con absoluta desmesura
sacudiéndole todo íntimamente
que mis dedos se tornaban una trampa
donde ella quería caer continuamente.
Todo carecía de juicio
al escuchar mi voz
subordinando sus movimientos
condescendientes de los míos.
Hasta que renunciaba
al fragor de la tiranía de mi vértigo
con mi fuste soberano
desfalleciendo a intervalos
enclavado en el fondo de su ensenada.