Giró la llave y abrió la puerta,
cruzó el umbral
más allá del conocimiento,
el suyo y el mío.
Y vi un mundo a mi alcance,
infinitas visiones
que ningún profeta contó,
mi mente a través de su corazón.
Cayeron creencias y filosofías
su espacio era mi tiempo
y mi pulso constante su aliento,
fragmentado, disuelto.
Gentiles eran las ataduras
conteniendo la caricia severa
y entre sus muros era lamento,
credo líquido, río divino,
sentencia de poder,
de bendición al mismo tiempo.
Hasta que finalmente renació,
brillando como luz vespertina
en un Instante Lúcido Único.