Se deja hacer
encomendando sus anhelos
a quien desata su vendaval.
Quema en ella el fuego
con la viveza del deseo
en el ágape de los dedos.
Un instante penetrante
sin tregua ni renuncia
hacia la trepidación.
Impregnada de ebrio perfume
aquel que emana
en cada exhalación.
Rompe la calma interior
con el tropel desvergonzado
que incita lo placentero.
Tanto que la lluvia pródiga retorna
como bondadosa agua
en un estallido perseguido con esmero.