Eran los dedos legiones
que con su tropel araban la tez
sitiando entre las manos
la maleable simetría
labrada en afanosas espirales.
A diestra y siniestra
emboscada la carne en su seno,
crespados los pezones hasta el ápice
rendidos a golpe de fuste,
vencidos a sorbo de humedades.
Riqueza conquistada
por las huestes de sed y hambre
en pos del oro soberano
con el vivo latir
de un tesoro subyugado.