El primer movimiento
fue un impulso
un paso inevitable al frente
que dejó al descubierto
las debilidades.
Al siguiente
quiso renunciar al juego,
pero se dejó arrastrar
hasta límites infranqueables
olvidando las tácticas.
Ante un hipnotismo febril
que la conducía en cada jugada
por pensamientos imprevistos,
entre saltos, columnas y diagonales
fue despojándola pieza tras pieza.
Finalmente inmóvil, acorralada
visualizó el tablero,
ella era la dama blanca