A orillas del deseo
se reconcilian piel y espíritu
ante el agrado de los cuerpos
que exudan complacencia.
La serenidad
se preña de vesania
que clama
ese ardor que marca.
Y en su canto divino
despliega naturalmente
el conjuro mayor,
que persuadiendo mi intuición
se vuelve
el mejor de los pretextos.