Un eco más, el final para cerrar el recorrido por el Baile,
donde vuelvo a agradecer a quienes asistieron,
a quienes lucieron sus máscaras, y a quienes participaron
escribiendo sobre el Baile.
Sin vuestra presencia no es posible la magia.
Y faltaba una invitada, que seducida por los pétalos
llegó al Baile y entró al Salón.
Gracias Marina por estar una vez más, como siempre cerca.
Besos dulces con mi cariño.
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El anfitrión miró alrededor y comprobó que faltaba una de sus invitadas, aquella que nunca dormía, la revoltosa Bruja que le hacía trampas a la noche y alargaba el día hasta límites peligrosos.
Él sospechaba que podría estar invisiblemente escondida detrás de las rojas cortinas, pesadas colgaduras de terciopelo espeso y agobiante.
Comenzó el baile. Las máscaras enmarcaban ojos azules, negros, miel… seguía faltando una mirada, arrogante, escurridiza, verde, siempre verde.
No le gustó la máscara que reposaba para ella en el pequeño estanque dorado, nunca le gustaba. Muy grande, muy pequeña, muy oscura o llena de color. Siempre era así, díscola y complicada.
Esa noche, el poeta dejó pétalos de rosa para el tocado, quizá el suave polen de las amables flores pudieran seducir el vuelo nocturno de una alondra perdida y entrase al baile.