Dice una confesión,
que todo lo atrae
como metal esplendoroso,
que los besos son tributo
para su boca altanera
esquiva a lo mundano.
Porque es poseedora
de deíficos avernos,
tan segura de su ímpetu
fraguado en llamas indomables.
Dice otra confesión,
que la noche la esclaviza
al ardor hambriento
proceloso entre sus muslos,
evocando el primer roce
con el sabor de lo indebido,
aquel que abrió el sendero
hacia todo lo distinto
y que late imperecedero