En nombre y forma sacra
es digna del misticismo
que tenuemente trasluce su velo
y se hace corpóreo en su donaire.
Fecunda en la buenaventura
que le confieren las palabras
destilando ecos vibrantes
de señorío y alabanza.
El pecado clamoroso la invoca
y el mandamiento la vence
con beneplácito,
aún no en su equilibrio
ya que es magna en su prestancia
revelando su rostro
solo a quien besa consagrando
el cenit de su corona.