La noche siempre fue su aliada, sentía su llamado, ese aroma fresco que aspiraba como aire vital. Había sido despojado de la luz, desterrado a las horas obscuras y a ser una sombra más entre la multitud. El sol era un sueño lejano que ya casi había olvidado.
Pero fue en una de esas noches que percibió algo especial, algo distinto que sus sentidos comenzaron a buscar, hasta que la vio, de inmediato recordó parte de la vida que había dejado, de lo que ya creía muerto. Sus ojos brillaban más que las estrellas siempre tan ajenas a él y era aún más bella que la Luna llena, la única luz que hasta entonces lo había acompañado.
Casi al instante, ella también sintió su presencia y giró para encontrar su mirada. La distancia se diluyó por completo ante el encuentro. Se reconocieron sin decirse nada, hasta que los labios de ella rompieron el silencio...
... "Esta noche la luz del amor está en tus ojos." *
La alborada entra por mi ventana hasta llegar a mis sábanas, insiste en despertarme, aún soñolienta y encendida por la fiesta de fin de año a la que asistí. Ha sido una fiesta fantástica, el caballero misterioso, todos los años invita a las damas del lugar. Es una pequeña aldea, llamada, “El dulce susurro”, a las afueras de Paris, es un lugar mágico, su castillo está en una cima bordada por plantas de tilo y castaños, por no hablar de sus jardines llenos de flores como la corona y el tulipán, solo contemplar tanta belleza uno se rinde a sus pies.
Como todos los años, me llegó la invitación de pergamino y firmada por nuestro Dulce caballero misterioso, que aún desconocemos, pero sus versos son de una melodía encendida difícil de no viajar a los rincones del placer.
Su perfume varonil de suave sensualidad se esparce por el salón, hace de nosotras que nuestros mejores atuendos se rindan a su silueta.
Este año ha querido dejarnos un verso seductor para nosotras así jugar a la seducción para completar entre susurros y besos la segunda estrofa. Nos las entrega con un dulce beso en la mano, invitándonos con su mirada, a través de su máscara a bailar. Yo accedi, y con susurro al oído le completé el verso.
Antes de entrar,
deja tu cuerpo soñar,
así tu huella despierta
el tesoro, dejando tu manjar.
Pudiera estar este primero de enero, de amanecida seguir relatando cada detalle del baile, pero es entrar en la intimidad.
Feliz año nuevo 2021, Gracias Dulce por tu invitación. Un dulce beso desde mi Brillo del mar
31 de diciembre. ¿Cómo podía ser que el 2020 se hubiera pasado tan rápido y tan lento al mismo tiempo? Menos mal que llegó la invitación de Dulce para su Baile de Máscaras anual (¡era la tercera vez que lo recibía, qué ilusión!) así que podría terminar el año por todo lo alto y con la mejor compañía.
La preparación fue una delicia. Primero, comprar el vestido y los zapatos. Luego volver a casa emocionada y ansiosa de que cayera la noche. Comer un poco, pues sabía que en los salones me esperaban manjares de todas las partes del mundo. Acicalarme y comenzar a vestirme; el vestido era más sencillo que el del año anterior, de tela roja aterciopelada, con el escote en uve, generoso, manga larga, un cinturón para marcar la cintura y la falda cayendo larga hasta los tobillos, dejando una abertura para la pierna derecha desde el principio del muslo. Los Lauboutin rojos quedaban espectaculares. Me ondulé el pelo para darle volumen y finalmente me maquillé; sombra dorada y marrón brillante para los ojos, pestañas negras, labios rojos... Por último, y lo más importante, la máscara.
A la hora acordada vinieron a recogerme en un coche negro deportivo despampanante, tanto que me dieron ganas de preguntar si podía conducirlo yo un ratito. Desgraciadamente, no llevaba el calzado adecuado...
Me relajé en los asientos traseros, disfrutando del viaje, el coche volando como una saeta por las carreteras, hasta que llegamos a la mansión. Como siempre, resultaba impresionante. Saludé a los leones de piedra de las puertas y le enseñé a uno de los porteros mi invitación. Asintió y se ofreció a guardar mi abrigo en el ropero. Sonreí y me interné en los pasillos hacia el salón de baile.
Estaban María, Mag, Ginebra, Campirela, Auro, Albada, Cora, Alma... ¡cuánta gente! La felicidad inundó mi pecho mientras bailábamos, bebíamos y disfrutábamos de nuestras conversaciones. Pero claro... ¿dónde se encontraba el anfitrión? Justo cuando me lo preguntaba alguien tocó sobre mi hombro. Me giré, ¡y ahí estaba Dulce con su león! Le agradecí de nuevo su invitación, bailamos, hablamos un rato y finalmente me ofreció una manzana antes de seguir saludando a sus invitados. La mordí... ¡Hum, qué dulce era! Casi tanto como nuestro anfitrión.