El sonido constante del reloj de la pared siempre se apoderaba de la habitación en ese silencioso preámbulo que abrazaba su espera. Cada engranaje impulsaba al siguiente en una cadena constante de mecánica precisión, cada segundo, cada minuto se sucedía con exactitud.
La misma precisión que veía en Él desde que lo conoció, esa forma metódica de ser, ese cuidado por los detalles donde todo tenía un sentido y nada estaba al azar.
Todo era parte de su transformación a través del tiempo, su postura de rodillas y las manos sobre los muslos, su tronco erguido y la mirada en ese reloj que también la subyugaba a aguardar.
Hasta que las manecillas se unieron a la hora señalada y Él se aproximó a ella, rodeó su cuello con el collar y la condujo a la mesa. Ya conocía el ritual, lo había aprendido bien a fuerza de constancia y de ganas por complacerlo.
El pulso del reloj ya no se oía, solo sus latidos y la música de fondo, todo estaba en su sitio, tan solo faltaba su acostumbrada pregunta a la que respondió sin demora... "sí Mi Amo"....
Ahora el tiempo lo marcaba él.
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