Se eleva en perspectiva
congraciando la mirada,
dueña solemne
en el altar de la majestuosidad,
como deidad eternizada
en el fragor de los estíos
ante el ruiseñor
que devora
sus contornos
de innegable verdad,
donde alza su festejo
con el canto que implora
su desnuda nocturnidad.