Ella temblaba en la puerta de esa gran librería. Era la más grande y vieja de la ciudad. Había rumores que fantasmas habitan sobre sus paredes.
Era una gran casa estilo colonial con jardines por dentro. A lo lejos como si fuera construida en otra época una especie de torre de color gris. Por un momento mirándola por la ventana pudo ver a una figura mirándola fijamente. Se estremeció, lo peor es que la torre desapareció.
Tal vez, solo era su imaginación. Necesitaba el trabajo y, más aún, lo deseaba. Siempre le gustó estar rodeada de libros. Lo que le daba miedo eran los fantasmas. La amiga que le recomendó el trabajo le contó que nadie duraba más de dos meses.
Suspiró para darse valor y entró en la gran librería. Un hombre alto, flaco, con el cabello canoso y la nariz respingada la recibió. Luego de unos minutos ya estaba contratada.
El trabajo era fácil, tenía que atender a los clientes y la caja. Lo único que le prohibieron era ir a los cuartos de atrás ya que era la biblioteca privada de su jefe. No podía entrar y peor tomar libros que ahí se encontraban.
Los primeros días cuando le tocaba cerrar oía a alguien tocar el violín. Cuando le preguntó a sus compañeras sobre si su jefe tocaba ellas lo negaron y aludieron al fantasma que aparecía en la librería.
Ella se acostumbró a oír el violín y hasta se quedaba de noche solo para escucharlo. Una noche la puerta estaba abierta. En lugar de salir corriendo entró. No había nadie pero había un montón de libros con curiosidad tomó uno y como oyó pasos se fue corriendo llevándose el libro.
Esa noche ya en su pequeño apartamento se dio cuenta de que aún tenía el libro pero cuando lo quiso abrir no pudo.
Tenía una cerradura. Lo dejó en su mesita de noche y se quedó viendo en su computadora una película vieja para calmarse. Aún se encontraba en jeans y con camiseta negra. Se sentía intranquila para cambiarse. Una parte de ella deseaba regresar el libro y la otra no. Ni se dio cuenta cuando se quedó dormida.
Se despertó al oír un ruido de violín.
Cuando abrió los ojos un hombre enmascarado estaba en su cuarto. A pesar de las puertas cerradas.
—¿Quién eres?
— Soy una sombra, un fantasma.
Ella se rio. Él le lanzó un rayo unos centímetros de sus pies.
—¿Ahora me crees? ¿O debo hacerte daño?
— Ella se estremeció y casi sin voz preguntó — ¿Qué haces aquí?
— Tomaste algo que no es tuyo — Una mano enguantada le señaló al libro que no podía abrir.
— Lo siento, no pude evitarlo. Iba a regresarlo mañana.
— Debería matarte, pero te castigaré. No vuelvas a la tienda renuncia.
Ella se mordió los labios y sus ojos azules estaban a punto de llorar.
— No puedo, debe haber otra forma. Amo estar rodeada de libros y me gusta...— Ella se calló pensando que dijo mucho. Él se le acercó
— Te gusta escuchar el violín,
— Parece que me llama.
Hay otra forma te azotaré
La muchacha abrió los ojos como platos y tartamudeó — Azotes.
— Lo dices como si lo temieras. — Él le susurró al oído.
— Sé que te gusta, he sentido tus fantasías cada vez que toco. ¿Qué decides?
Si te portas bien hasta tendrás placer. ¿Qué decides?
Ella bajó la mirada aunque no podía ver su rostro y en voz muy baja dijo —Azótame.
— Pon los brazos detrás de ti con las muñecas cruzadas por encima del culo.
—Pero...
Ante la ligera inclinación de su barbilla, ella siguió sus indicaciones.
Cuando ella lo miró, él presionó lentamente sus hombros hacia atrás contra los cojines del sofá hasta que ella se apoyó en sus brazos. Era un tipo de sujeción sin ataduras, se dio cuenta. Sin embargo, lo que más le sorprendió que su camiseta negra desapareció y que ahora ella mostraba su sostén de encaje color blanco. Trató de incorporarse.
—¿Qué...?
Él con una mano entre sus pechos, la empujó suavemente hacia atrás. Se inclinó hacia delante y la besó lentamente, con los labios firmes. Su aliento tenía un toque de menta. Le cogió la barbilla y la sujetó mientras aumentaba la profundidad del beso, haciéndola responder a su lenta invasión. A ella le hubiera gustado ver su rostro. Levantó la cabeza y la miró mientras las yemas de sus dedos rozaban la parte superior de sus pechos.
Sus pezones despuntaron y su cuerpo se excitó, haciéndola demasiado consciente de la dureza de su rostro y de sus manos, que sabían lo que hacían.
Y de cómo tenía los brazos inmovilizados a la espalda.
Mientras él le mordía la mandíbula, sus dedos le desabrochaban el sostén para dejarle los senos al descubierto. Sólo los tirantes de los hombros impedían que se cayera.
—¿Qué estás haciendo?
— Siempre deseé ver tus senos. Eres tan bella. Ahora ella podía ver su rostro pálido. Sus ojos negros que la taladraban y podían ver su alma. Una ligera sonrisa apareció en su rostro. Ella sintió un deseo en todo su cuerpo. Quería besarlo de nuevo.
Él como intuyendo que ella necesitaba su proximidad le acarició un pecho, sopesándolo, moldeándolo.
La palma de su mano era fría. Su tacto le hizo doblar los dedos de los pies.
Él la besó en sus labios antes de levantarse. La sujetó por la cintura y la levantó con facilidad, a pesar de que ella era un poco gordita.
Bajo la camisa negra de él. Había músculos firmes que sobresalían lo suficiente como para tensar la tela.
De la nada creó un banco
— El banco será. Intentó ahogar una risa. — Cuando ella sorprendida lo miró desafiante. —Pero...
Con un brazo todavía alrededor de ella, la condujo hasta el banco y deslizó los tirantes del sostén hacia abajo para quitarle la prenda. De pie detrás de ella, él puso las manos sobre sus exuberantes pechos para mantenerla inmóvil mientras le mordisqueaba los hombros.
Su piel suave era como un festín para él.
— Uy ...
Él puso su dedo en sus labios. — Todavía detrás de ella, bajó la mano para desabrocharle los vaqueros negros, luego se inclinó y le bajó las bragas de encaje blanco.
Apretó su suave cintura entre sus grandes manos y luego deslizó las palmas hacia abajo. Curvó sus manos alrededor de las hermosas caderas y apretó. —Así es como te sujetaré cuando te tome. —murmuró y disfrutó del temblor que la recorrió.
La levantó y la colocó sobre el banco, bocabajo.
Cuando ella se agitó, él le dio una ligera palmada en el culo. —Quédate quieta, ladrona.
La cara de ella estaba girada hacia un lado, y él vio cómo su piel se ruborizaba. Y cómo no movía ni un músculo.
—Muy bien. —Sonriendo, le quitó los vaqueros y las bragas por completo.
Agarrando su rodilla derecha, la colocó sobre la tabla horizontal acolchada, y luego hizo lo mismo con la izquierda.
—Apoya los antebrazos en la tabla aquí también. —Le ajustó los pechos para que colgaran a cada lado del cojín superior.
Ella giró la cabeza para observarlo, con los ojos ligeramente abiertos y la respiración acelerada.
Con la intención de tranquilizarla, se inclinó y la besó ligeramente. Ella le devolvió el beso con fervor. Enderezándose, le pasó la mano por la espalda desnuda y la subió. Él se inclinó y ahuecó uno de esos hermosos y pesados pechos. Los ojos de ella se abrieron. Y cuando hizo rodar su pezón entre sus dedos, sus pupilas se dilataron.
Muy sensible. Estaba deseando verla toda sonrojada y sudorosa por el dolor y la excitación.
Le sujetó las piernas derecha e izquierda pasando una correa por cada pantorrilla.
Después de probar las ataduras, ella se tensó mientras la preocupación se hacía evidente de nuevo.
Él sonrió. —Tranquila. —Le acarició el pelo—. Te dejaré las manos libres. Si es necesario, siempre puedes alcanzar las correas. Es toda la ayuda que te daré.
— Gracias.
Con la inclinación del banco, su trasero estaba ligeramente más alto que su cabeza y sobresalía del extremo de la mesa. Le había acercado las rodillas a los hombros antes de sujetarle las piernas, y le pareció como si le hubiera pintado una diana en el culo.
Su cálida mano recorrió su trasero, que ya no estaba tenso. Los callos de las palmas de las manos le proporcionaban una intrigante abrasión sobre la piel, mientras le amasaba y abofeteaba ligeramente el culo y los muslos.
De la nada la música del violín empezó a sonar. La triste tonada tocaba el alma de ella.
Tomándose su tiempo, la azotó con más fuerza, y luego se detuvo para pasar las palmas de las manos por los muslos y el culo. Un ardor surgió en su piel, secundado por el que se produjo en su interior. Empezó a temblar esperando que él la tocara en otras partes. ella se estremeció de deseo. Él se rio y su mano golpeó su trasero. Le dio varias bofetadas más. Luego su dedo se deslizó entre sus pliegues, hacia arriba y alrededor de su clítoris.
Estaba bastante mojada. De alguna manera, cada golpe enviaba más sangre a su vagina, haciéndola palpitar con deseo. Después de frotar el escozor, le pasó las manos por los muslos y luego... por ahí. Deslizándose sobre su clítoris con ligeros toques.
Ella se retorció, queriendo más. Después de presionar la mano contra su vagina, se limpió la humedad de la palma de la mano en su trasero y le dio una palmada en ese lugar.
El escozor era mucho más pronunciado sobre la piel húmeda, y ella chilló. Su profunda risa resonó en la habitación. Avanzando, le acarició el pelo y le dio un fuerte tirón. — Tengo la intención de oír más chillidos. Te mereces el dolor por ladrona. Me robaste el libro y mi corazón —susurró— y luego la besó fuerte y profundamente.
Ella se hundió en los cojines del banco.
Durante un minuto, él le mordisqueó los labios, mientras le acariciaba los pechos, con sus manos, Apretando y tirando. Tomando posesión de su cuerpo y alma. El calor recorrió su cuerpo, de arriba abajo, mientras todo se volvía más sensible. Mientras caía en un abismo de deseo.
Su mano bajó por su espalda hasta llegar a su trasero de nuevo la azotó una vez más. Más suave, luego más fuerte. Se detuvo a jugar con su vagina, a acariciar su clítoris, y luego volvió a azotar. A veces, utilizaba una mano ahuecada, haciendo que el sonido estallara en la habitación; a veces, golpeaba el tierno pliegue entre sus nalgas y su muslo, haciéndola chillar.
Los dedos de él la tocaban, tan íntimamente, y ella oía un ruido como el de un fuerte ronroneo de gato, como si él disfrutara acariciándola tanto como ella disfrutaba siendo tocada.
Su clítoris se hinchó hasta convertirse en un dolor de necesidad. Cuando le metió un dedo gordo, su espalda se arqueó ante la explosión de placer.
—Oh, ohhhhh. El sonido salió de ella, un sonido prolongado. Él introdujo otro dedo, bombeando ligeramente mientras su otra mano jugaba con su clítoris. Todo allí abajo se tensó mientras ella se acercaba a un pico increíble y él se apartó. Su gemido fue ahogado por más palmadas en el culo. Su orgasmo acechaba, justo fuera de su alcance, convirtiendo el dolor en estrellas fugaces de excitación.
La golpeó con más fuerza.
Él la golpeó más fuerte, más suave, variando los golpes. Amasando su piel irritada, y luego acariciando su clítoris hasta que estuvo a punto de correrse.
Cada vez, él volvía a retroceder. La estaba volviendo loca. La siguiente ráfaga de golpes le dolió lo suficiente como para que se le saltaran las lágrimas. Introdujo los dedos en su interior, llenándola, mientras deslizaba los otros dedos sobre su resbaladizo clítoris. Una y otra vez.
Ella mantuvo la respiración mientras el exquisito placer crecía. Esta vez, él no se detuvo y ella explotó en un fuerte orgasmo. La primera increíble ola de placer floreció en su interior, el mundo desapareció.
Él le acarició lentamente su cabello para luego soltar las ataduras. Luego la depositó en la cama y esperó a que ella durmiera.
La alarma la despertó sola en su cama. Triste pensó que todo fue un sueño. Hasta que observó el libro abierto y una rosa negra junto. Con una simple nota
Te espero.
© J.P. Alexander