Detrás del disfraz
y la coraza recia
latía velada
para los ojos ciegos
la luna encendida.
Era tan altiva
como mil llamas vivas
nunca por nadie
a los pies sometida
hasta sucumbir al sol.
Entonces dijo
bendíceme con tu fe
líbrame del mal
concédeme placeres
que se consuman en mí.