Dulce baile de máscaras
El ruido de la bisagra genera un escalofrío en la parte media de mi espalda, una sacudida que no esperaba y me obliga a detenerme, la puerta cede al llamado y se abre lentamente, dejando frente a mí tu figura inconfundible.
De pie, al fondo de la habitación, me contemplas impúdico, te habita una oscuridad que se centra en tu mirada; y es suficiente para que la llama se encienda a nuestro alrededor; y se expanda hacía arriba. La intensa humareda ensombrece aún más tus retinas, luego se degrada.
Poco a poco me acostumbro a la falta de luz, dosificando el resto y solo centrándome en tu magnífico cuerpo. El más leve roce de tus manos me hace ceder; y quizás, el umbral aumente la urgencia de poseer lo que ante mis ojos se muestra, tan sensual y lascivo.
La música de fondo armoniza nuestros cuerpos, serpenteo al deseo latente que nace de tus dedos, el impulso me adhiere a ti, a tu pecho, al cándido destello que ilumina tu mirada.
Tu beso profundo y largo me va colonizando; y yo prácticamente no opongo resistencia, me siento arrebatada por el lento susurro de la perdición obscenamente atrayente. Es un juego sutil en el que no tengo control; y justo antes de apagarse te detienes, volviendo el incendio aún más brillante.
Si al final de la noche, el hechizo no se ha roto, en un susurro entrecortado, me encontraré en tu boca, mi cuerpo será suave rendición del tuyo y sé, que sabrás insuflarme magma donde más lo necesito.