Desde el último encuentro con Nastenka y tras leer su carta, las emociones se habían removido como en aquel primer encuentro nocturno que tuvimos. Así también, muchos sucesos sin explicación aparente se sucedían noche tras noche, la insólita presencia de gatos negros en los jardines, la bruma constante que se filtraba por puertas y ventanas, o ese perfume a flores que de pronto invadía las estancias.
El descanso siempre demoraba en llegar, porque aún veía sus ojos profundos y su tez pálida, más aún cuando recordaba su sonrisa, parecía que el tiempo se suspendía y solo existíamos ella y yo. De alguna forma estaba hechizado por ella y sin poder escapar, pero lejos de resultar un padecimiento, era algo que me hacía sentir vivo aun en su distancia.
Cierta noche desperté y vi a Nastenka sobre mí mirándome fijamente con esa dulzura tan suya, ya les hablé de su sonrisa y su mirada, y no mentiría si dijera que me sentía levitando aunque ella estuviera realmente sobre mi cuerpo. Vestida de negro con un vaporoso camisón traslúcido que no lograba esconder su lívida desnudez, era una visión perfecta y a la vez perversa que me subyugaba y ante la cual yo no quería, ni podía, oponerme.
La habitación estaba completamente oscura, pero podía verla nítidamente moverse sobre mí, sentía el calor de sus entrañas envolverme en tanto se retorcía cada vez más frenéticamente. Su beso era un narcótico licor. Tanto que no sé si soñaba o estaba despierto, solo sentía que absorbía hasta lo más hondo de mi ser y sin fuerzas me entregaba al placer que ella me daba. Estábamos conectados, pero mis noches terminan con una mañana y Nastenka se esfuma siempre a la luz del día.
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