La cita estaba pactada en La Habitación Violeta ...
Los tacones marcaban su andar ansioso al subir por las escaleras y tras cada escalón iba dejando una prenda. Cuando por fin cruzó la puerta, encontró mi mirada y la primera sesión inició ...
Dulces besos cariñosos.
QUIETA
Quedarme quieta no era sencillo... Aún menos, cuando desde mi hermético mutismo y la venda de mis ojos, solo se me permitía desarrollar, de momento, el sentido de mi oído escuchando el caliente susurro de tu gemido y el tacto de tus firmes manos sobre mi expuesta piel.
Para ambos era más que un juego; era una forma de vida que nos convertía en una bomba de relojería a punto de explotar a cualquier hora del día o de la noche. Ya no era suficiente con hacerlo en nuestro mundo; ese a cal y canto donde retozar entre sábanas de raso...
Sentir ese otro mundo violáceo e inmerso en una atmósfera plenamente excitante sabiendo de los límites que allí deseaba traspasar, era un libidinoso reclamo; una invitación a mi entregada voluntad que no podía obviar.
Y lo hice… Caí presa de tus maestras manos:
—Quieta —me dijiste. Y detuve hasta mi aliento.
Sólo mis zapatos negros de tacón de aguja como única prenda, y mi cuerpo cual racimo de emociones titilando, conformaban aquel escenario que me hacía enloquecer de deseo.
Reposé mi pecho sobre aquella tarima de piel con sujeciones. Mis labios, henchidos y verticales, eran tempestad que gemían y palpitaban sintiendo el ardor y la tenue luz de aquella habitación violeta penetrando(me); pero era pensar en el fuego de tu mirada clavada en mí, lo que me hacía temblar, desearte y no poder mover ni un solo músculo como me ordenaste. Y eso, aún me provoca más... Esos tempos que tú marcabas en cada exacto momento en el que, sabías… me derrumbaba…; clamaba más intensidad; más de ti y tu fiereza acicalando mi piel con las rojeces dilatando mi efervescente placer.
Y así fue…
Así llegué donde y como tú deseabas… Fui en ti; y tu húmedo beso fue la rúbrica en mis labios... aún palpitando.
© Ginebra Blonde