Hay juegos que comienzan como un desafío y terminan volviéndose una adicción.
Estaba esperándome cuando entré en la habitación, vestida como la más deseable de las fantasías, hermosa con su falda corta tableada y azulada, su camisa blanca y una corbata también azul, zapatos y calcetines, además llevaba puesto el collar que le había regalado.
Su mirada fija y su sonrisa constante me decían que estaba vestida de aquella forma para complacerme. Porque ella, tan adorable, sabe lo que yo quiero.
Puse mi cabeza sobre su hombro y su perfume con aroma impoluto era incitador, mis manos rodearon su cintura y comencé a subirlas por debajo de su camisa para comprobar que sus pechos estaban firmes y libres de ataduras, dispuestos a mis caricias que acunaban su volumen mientras mis dedos se encargaban de despuntar sus pezones.
No había palabras de por medio, solo las caricias hablaban, y sus exhalaciones respondían automáticamente. El calor aumentaba en su cuerpo como la respuesta prometida al recorrido de mis manos y de mis besos sobre su suave textura.
Levanté su falda y ella me ofreció su sexo, húmedo, turgente como una rosa en plena primavera, un verdadero tesoro. Sabe cómo elevar mis ansias, a veces pienso que disfruta provocando mi excitación, tanto como yo disfruto de que lo haga.
Es un juego perverso de roles, la causa y el efecto, el objeto y el deseo. Y aunque ya no es un juego de niños, ella es la muñeca que quiero. ¿Qué más divertido y placentero que jugar con mi muñeca traviesa?
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