Hay una ley
que decreta privada propiedad
ejerciendo poder sobre ella,
promesa inalterable
acatada como penitente ofrenda.
Escrita
en carne pulcra y abierta
con la urgencia de ser
el cáliz que desborda
la esencia que le vio nacer.
Expuesta
en oblación perpetua
reconociéndose en mí,
siendo la variable
convertida en constante.