Era una de esas noches.

París parecía tener aquella noche más brillo que nunca, el mismo que yo contemplaba en el vértigo de tus ojos tan bellos, luminosos, con la brisa nocturna jugando traviesamente con tu pelo y la luna sobre el río que lucía menos hermosa ante tus pupilas abiertas de par en par y las mías llenas de ti.

Sabía desde antes las ansias primeras que tu cuerpo experimentaba, pero no había prisa que precipitara aquellas caricias que llegarían al amparo de esa luna sin planearlo siquiera.

El paisaje era irreal, y juntos creamos el momento que aún perdura imborrable en nuestras mentes, tan vivo, suspendido en el tiempo.

Mis brazos te sostenían fuertemente cercana a mi cuerpo cuando todo surgió, las palabras fueron una cadena para nuestra pasión desenfrenada, la madrugada fue cómplice perfecta y el reloj de nuestras horas corrió en sincronía con nuestros latidos, las caricias, los besos, el calor mutuo, que se hicieron estremecimiento final en ti y en mi.

Y por entre tus labios como suspiro mi nombre se escapó, luego exclamaste "no me sueltes", llena de tus ganas por sentirme aún más dentro de ti, hoy, mañana y siempre.

París era el lugar ideal, pero a mi me bastaba tu presencia para llenar mi paisaje. Era una de esas noches en que no queríamos dormir, porque ya soñábamos despiertos y juntos.