Se acariciaban
trazando los relieves por el aire,
equilibrándose sobre la cuerda
tendida de mirada a mirada
sin miedo a caer,
desafiando al riesgo.
Se acariciaban sin tocarse
al ritmo de aquellos tañidos
que pronunciaban lo que no se oye
marcando la hora señalada
en que día a día se quemaban.
En tanto manchaban el cristal
con rastros dejados por los dedos
que permanecen en el tiempo.
No eran solamente sus manos,
era la fuerza que los sostenía,
se acariciaban, se enamoraban.