Espera siempre en la alcoba con tenue luz, sentada, pero impaciente sobre el lecho. Con el hervidero en ciernes ante la atenta observación de quien demanda su accionar. Presta a ejecutar el plan que traza el imperativo que ejerce la palabra.
Con parsimonia se quita la prenda impregnada de todo lo que siente y huele aquello que la nombra. Erizada en todo momento late y se contrae febrilmente en arco perfecto, gimiendo sin aire hasta rendirse mansa con su sexo bullente.
Desnuda de pudores complace al único hombre que la moja sin tocarle, quién tiene el poder y privilegio de la cadena que doblega. Ofrecida a todos los perversos placeres, sumisa por y para quien la gesta como obra. Sin poder evitar el gesto final que la muestra desprovista de máscara.