Jamás olvidaría aquella frase, menos ahora que así había acontecido.
En ese momento recordó el primer día en que lo vio, la primera taza de té y retrocedió en el tiempo...
Volvió a abrir los ojos, esta vez apenas un parpadeo, uno más entre tantos mientras el revolver se deslizaba desde su boca hasta su vientre. Las manos casi inmovilizadas por las esposas que sujetaban sus muñecas, porque así lo había consentido desde el instante en que se entregó a su juego. Un juego excitante que disfrutaba con cada orgasmo consumado al descubrir nuevas experiencias más allá de los límites.
De pronto sus pupilas se dilataron al sentir la cera caer sobre su cuerpo, él repartía con sapiencia gotas candentes desde la vela y las templaba con besos que le hacían estremecer. Y ella podía ver a través de su antifaz la perversión reflejada en su mirada. Esa mirada que la cautivó desde la primera vez.
Acto seguido la llevó a la cama y cogió una piruleta que puso en su boca, ella la chupó lentamente al tiempo que esbozaba una sonrisa. Luego, untada de su saliva, la frotó sobre sus pezones provocándole un escalofrío que la recorrió completamente. Era el inicio de lo que tenía preparado para ella.
Así fue como se dirigió al esperado encuentro, esta vez con más certezas que interrogantes al recordar la vez anterior. Ya conocía el lugar, ese llamador intimidante y el camino a recorrer dentro de la casa. Quitó la llave de su cuello para abrir la puerta señalada. Allí él la esperaba pacientemente y luciendo un antifaz que lo hacía ver aún más misterioso. Sin demora se dirigió a ella y la besó sin mediar palabras. Sus manos eran expertas despojándola de la ropa y creando caricias que alentaban la incipiente excitación que la acompañaba.
Los nervios y el ansia de volver a encontrase con él solo aumentaban su deseo más y más. Sobre todo desde que vio su mensaje en el teléfono recordándole la nueva cita
Tras terminar el turno y llegar a casa preparó la bañera casi como un ritual, así como cada prenda elegida para la ocasión, pensando en provocarle una grata sorpresa. También colgó la llave en cruz en su cuello, en tanto pasaba por ella las yemas de los dedos imaginando tantas escenas por venir.
Fue precisamente a la mañana siguiente cuando lo vio llegar en su moto, siempre de elegante traje para tomar el té acostumbrado y dejarle la nota junto a la llave que la conduciría al cuarto de juegos. La llave tenía forma de cruz y la nota incluía una intrigante frase: “Los grandes sucesos dependen de incidentes pequeños” Demóstenes.
Relato que forma parte de la propuesta "Citas y sueños" para el blog "Paraíso de letras" de Ginebra Blonde.