De pronto fui plegaria
que en sus labios volaba,
fui templo erigido con fortaleza
elevado hasta lo alto
imponente ante su mirada,
que sin contención
extasiada exhalaba.
Fui lluvia blanquecina
por la tormenta desatada
de su propio anhelo,
lluvia que no se evapora,
que se impregna y cala
hasta la embriaguez.
Fui
el vasto poderío de mi ser.