Respiraba agitada, impaciente en la espera, nada podía ver a través de la oscura venda que cubría sus ojos, solo oía el fuerte golpeteo de sus latidos. Hasta el momento en que escuchó como la puerta se abría y a la vez una dulce fragancia llenaba la alcoba. Le era tan familiar que no necesitaba más para calmar sus latidos, más cuando sintió las caricias recorrer su piel desnuda haciéndole gemir de forma inmediata, como si necesitará decirle así de su placer.
Sus sentidos estaban expectantes, a cada momento parecían agudizarse más, así percibió cerca ese intenso olor a madera y tembló en el instante en que sus manos se posaron sobre sus pechos. La inquietud volvía a apoderarse de ella mientras era elevada en brazos para ser llevada a la cama.
Aunque no pudiera ver, la escena del momento era nítida en su mente, la dibujaba por medio de cada sonido y sobretodo su olfato tan agudo que volvió a inundarse de otro aroma. Vainilla!, sí, era vainilla y sonrío al sentirlo desde la boca que la beso hasta sus más húmedos rincones.
Tensó sus muslos al recibirlo entre sus piernas, volviendo a gemir ante el primer envite profundo, justo cuando el almizcle la invadió y silenció sus gemidos. Rodeada de sensaciones, entregó su cuerpo a sus placeres, endemoniada bailaba entre manos, lenguas y cuerpos que la poseían, que abusaban de ella sin darle tregua. Su boca enmudeció, su cuerpo resistió el ímpetu de cada uno de sus deseos fustigándola por todos lados.
En una orgía de aromas, dulce, madera, vainilla y almizcle, cumplía su fantasía más deseada, era dócil juguete de sus perversiones. Era la chica no tan pura.
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