martes, febrero 15, 2022

El Baile por Rosana.

Escuchó el dulce susurro
que manaba desde El Salón
y atraída por la fiesta
a ella se sumó.

- © DUlCE -
  

Mi gratitud Rosana.
Besos dulces.



"En un agitar de abanico"

(por Rosana)

Hoy me uno a la propuesta de El dulce susurro. Nos invita a concurrir a su baile, munidos con abanico.





Vivo sobre la calle Defensa. En estos tiempos, por aquí el calor abruma. Solemos escuchar a las cigarras que escondidas en las copas de los árboles nos hacen burlas: "quédense adentro, les va a convenir", dicen en su idioma, pero a mi el verano me provoca, por un lado me empapa de sudor y por el otro me llena de ganas de pasear y recorrer el barrio, este barrio que guarda tantos secretos y que en invierno es imposible que pueda recorrerlo.

Las cigarras a todo el mundo asustan,  a mi - como siempre, ya que jamás hago lo que los demás hacen - me provocan deseos irrefrenables de comenzar a caminar por esas calles que admiro. 

Las calles se mantienen tal cual eran entonces. El empedrado tiene magia, transporta. Se queda con los tacos incrustados. Nos hace caminar tambaleantes. Una danza irremediable que nos bambolea, mientras nos mete en un túnel del que es muy difícil salir. Salí temprano, me faltaban hacer unas compras, el calor sofocaba y las enaguas se me adherían a las piernas, no me dejaban avanzar. Las gotas de sudor iban haciendo piruetas por toda mi cara. La nuca ya estaba empapada y las gotas que iban a empezar a rodar por la frente, seguramente arruinarían el maquillaje que no sé para qué, me había puesto tan temprano. 

Caminé unas pocas cuadras, ya lo veía desde lejos: ahí estaba en la esquina, el mercado de San Telmo, allí conseguiría lo que me faltaba. Un revoltijo colorido y atrayente: de una forma mágica, las verduras  lucían orgullosas en los puestos. Una paleta de verdes y amarillos, salpicados por rojos pimentones y en otros puestos, el chorrear de las medias reces se confundían con  el sonido insoportable de los cuchillos que están por ser afilados, listos para rebanar lo que hace pocas horas era una vaca pastando tranquila por  del campo. En medio de esas escenas tragicómicas, el local de las antigüedades abría sus puertas para mostrar un cuadro de épocas congeladas, todas al unísono, sin muchas posibilidades de descubrir en qué momento histórico estábamos. Y ahí en un rincón, suspendido de un alambre lo vi. Estaba cerrado. El calor seguía matándome y mis ganas de seguir caminando continuaban intactas, así que le dije al vendedor: lo llevo. 

El pequeño hombrecito, lo descolgó con rapidez haciendo muecas de gratitud porque me había enamorado de ese objeto que pendía de una cuerda hacía vaya a saber cuántos años. Me lo entregó por unos pocos pesos e intentó contarme una historia, pero le pedí disculpas por no tener voluntad para escucharlo, solo quería caminar y no tenía ganas de escuchar disparates inventados por un vendedor de antigüedades aficionado a convencer a sus clientes de que todo tiene que tener una historia digna de ser contada. Estiró la mano, tomó el dinero y agradeció con la cabeza, agregó como pudo: "que tenga usted un hermoso fin de año", "vuelva cuando quiera, "ojo cuando lo abra..." y ya no escuché más. Apresuré la marcha, salí del mercado, ya me había fastidiado tanta amabilidad - otro problema que suelo tener, la amabilidad en exceso me saca un poco de eje - 

Ni bien di tres o cuatro pasos, seguí por la calle del Empedrado, abrí el abanico que había comprado para combatir ligeramente la ola de calor. Lo agité un poco delante de mi rostro, mientras tenía los ojos entrecerrados; al abrirlos, el sol se había escondido, y un trote de caballos me anunciaba la llegada de una galera lujosa que iba a pasar justo, justo a mi lado. Frenó unas casas más adelante. El cochero bajó, abrió la puerta y estiró la mano, y  como si me hubiese desdoblado y me estuviese viendo desde lejos, bajé de la galera vestida como jamás me había visto antes. Un hermoso vestido blanco bordado con hilos brillantes tornasolados me cubría de pies a cabeza - una forma de decir, porque tenía un escote más que pronunciado - Un precioso corte princesa resaltaba el busto que siempre se destacó. El pelo recogido se había olvidado de unos rulos que colgaban al costado de mis orejas, y las gotas de transpiración seguían siendo las mismas que hacía un rato, lo que no entiendo es por qué las dejaba rodar sin tocarme la cara, sospecho que en aquella época que estaba transcurriendo a pasos de mi, las señoritas no se secaban el sudor con las manos. El cochero volvió a subir a la galera y lentamente fue desapareciendo hasta doblar por Independencia. Quedé inmóvil dos veces: mirando qué iba a hacer esa niña vestida de gala, que también era yo, y la que hoy estaba espiando a la que fui. 

Me paré delante del portón de madera, se abrió y entré. Las luces de las velas eran tenues pero contribuían a que el calor sea mucho más insoportable;   las máscaras no me permitían ver a los otros invitados. Sentía que todas las miradas me desnudaban: una joven sola, vestida de impecable blanco, supongo que llamaría la atención. La música era un tanto estridente, a pesar de que el ritmo de un minué intentaba suavizar la escena  temeraria que se me presentaba por delante. Sólo me importaba el calor que sentía, pero todo me invitaba a seguir adentrándome en ese salón inmenso en donde muchos curiosos habían dejado la tertulia por observar detenidamente mi presencia. A pesar de las máscaras, podía intuir que las miradas apuntaban directo a mi abanico y yo no dejaba de agitarlo rápidamente, ya que entre el calor y la pesadez del vestido ya no sabía cómo lograr un poco de aire. Desconocía  el lenguaje del abanico, ni sospechaba que agitarlo de tal forma, llamaría la atención de los señores presentes, deseosos de poder encontrar con quién compartir la gala y ganar también pareja. Aturdida y sin dejar de agitarlo jamás , solo atiné a buscar la puerta de salida, pero las manos de los caballeros intentaban frenar el paso. El sofoco era más terrible todavía y entre todos habían hecho una ronda a mi alrededor para impedir que saliese de allí. Sin cerrar jamás el abanico, lo que rodaban por mi cara ya no eran gotas de transpiración, sino lágrimas  desesperantes, quería huir de allí y esas manos que me querían toquetear no me lo permitían.

De repente escuché que alguien dijo: 

- ¿De dónde lo sacaste? ¿Cómo llegó a tus manos?

¿Cómo les explicaba que yo venía del siglo XXI, que salí a pasear por San Telmo, que el calor me llevó al puesto de antigüedades del mercado ? El vendedor, el vendedor había querido explicarme algo y mi arrebato - como siempre - no me había permitido escucharlo.

Ante la falta de respuestas, los señores comenzaron a reír a carcajadas. Sus bocas detrás de las máscaras parecían túneles en donde seguramente iba a perderme más de lo que estaba. 

De golpe, detrás de los caballeros, la presencia de una señorona muy fina comenzó a adelantarse. Ellos iban abriendo la ronda a medida de que ella iba acercándose. Su vestido de terciopelo azul iba lustrando los zapatos de todos. Caminaba y se imponía y yo aterrada iba retrocediendo. 

- No  sé de donde lo sacaste, ni dónde lo obtuviste, pero agradezco tanto que lo hayas traído hoy aquí. Me pertenece y te agradezco muchísimo el atrevimiento de haber venido para devolvérmelo. 

No me atreví siquiera a decirle que desconocía quién era. Temí ofenderla. Supuse que para la época habrá sido una gran figura digna - o no - de respeto. Sólo sé que lo solté, lo dejé caer al piso y de golpe me encontré viendo las vidrieras de una casa de antigüedades, observando detenidamente un piano de cola que rogaba ser comprado por alguien. El ruido de los colectivos y el gas enviciado  de los caños de escape me devolvieron la tranquilidad que necesitaba. El agobio me recordó que era verano, el momento propicio para recorrer San Telmo, porque en otro momento, el trabajo me lo impedía.

lunes, febrero 14, 2022

El Baile por Campirela V.

Al filo del tiempo llegó al Salón
trayendo la magia de los Reyes de oriente
y al juego del abanico se entregó
dejando como rastro un perdido pendiente.

- © DUlCE -


Mi gratitud Campirela.
Besos dulces.




Baile de Máscaras 2021 ( Convocatoria de nuestro amigo Dulce)

 Gracias a todos por vuestras muestras de cariño, regreso no al cien por cien, pero si poco a poco un feliz Año para todos y que esta noche de ilusión no os decepcione...Abrazos y besos!!


Una Cabalgata Especial...

Estas Navidades habían sido pésimas, pensé que estaba en una pesadilla, la primera fase de las Fiestas no pude asistir a ningún evento la tremenda nevada nos dejó incomunicados en el pueblo pues decidieron  mis padres que este año lo pasáramos con toda la familia, tíos abuelos, primos y demás parientes, pues era especial que todos estuviéramos juntos mis abuelos hacían el día de Navidad sesenta años de complicidad compartida y eso era todo un acontecimiento.

Todas mis ilusiones de acudir al castillo del amo del lugar se me vieron truncadas por la nevada, la invitación era para el día de fin de año y como os digo todo se vino abajo.
Mi vestido allí colgado en la percha parecía que llorara de pena, mi sombrero, mis guantes, mis zapatos y aquel abanico que la abuela sacó del baúl de los recuerdos para qué lo llevará, allí quedó en su caja guardado y yo en un baño  de lágrimas no había nada que pudiera hacer solo esperar a otro año.
La providencia quiso que  dos días antes de reyes los caminos estuvieran despejados y al menos esa noche podría asistir al baile de Reyes, no sería igual que el de fin de año, pero la ilusión era la misma.
El Señor de Castillo era un verdadero anfitrión, el lujo del salón saltaba a la vista, sus grandes arañas colgaban y brillaban más que los colgantes de las damas invitadas. 
Al entrar un mayordomo amablemente cogió mi abrigo y lo dejo en el ropero  con un  gesto me indico por donde dirigirme, en mi mano derecha llevaba el abanico de mi abuela, y con la izquierda me recogí el vestido para bajar las escaleras que me llevaban al salón principal.
La mesa central estaba repleta de viandas que jamás vieron mis ojos, las frutas perfectamente decoradas no faltaba de nada, todo perfectamente en su sitio.
Fui observando si conocía algunos de los invitados que iban llegando, pero hasta el momento todos eran desconocidos, tuvo un poco de reparo y timidez que hizo que casi me ocultara entre las cortinas de terciopelo rojo.
 De momento pensé que mi vestido dorado hacía juego con esas cortinas, pero ese  escote en la espalda  que llegaba  justo donde la mirada debe frenarse y dejar a la imaginación, hacía que algunas miradas masculinas y femeninas recayeran de mi persona lo cual mis mejillas se sonrojaron y tuve que hacer uso del abanico, no me di cuenta de qué el simple acto de abrirlo me causaría una serie de aventuras inimaginables.
Os contaré solo un detalle, el dueño del castillo aparte de buen anfitrión sabe desenvolverse a la perfección entre tanta dama sedienta de placeres, pues como pude observar cada dama invitada llevaba su abanico y no paraba de ver como lo utilizaban, era como una danza invisible de lenguaje el cual dicho de paso los caballeros conocen el significado y no hacen falta las palabras solo abrirlo ya saben el contenido y por ende la respuesta.
Ese baile de sus majestades los Reyes de Oriente fue apoteósico los abanicos pasaban de una mano a otra la mayoría de las veces  y es que él flirtear se convirtió esa noche en el gran juego.
Hubo regalos para cada invitado, fue un derroche de magia, ilusión y fantasía, no podré olvidar el baile por muchas razones quizás la mejor es que allí descubrí algo que nunca me explicaron que jugar tiene unas reglas y antes de aceptar hay que saberlas.
Mi despedida fue sencilla con el anfitrión, espero que la recuerde y nunca se olvide de mi oreja derecha donde perdí mi pendiente por culpa de posar mi abanico sobre ella.

Campirela_


Gracias Dulce por tú invitación "Feliz Año 2022"

domingo, febrero 13, 2022

El Baile por Mujer de Negro II.

Se anticipó a la velada
rememorando el pasado
y acudió expectante al Baile
disfrutando de todo lo deseado.

- © DUlCE -


Mi gratitud Mujer de Negro.
Besos dulces.


Dulce baile


Había recibido un escueto mensaje, suspiró al pasado. No lo había visto por años, pero tener noticias suyas aún y después de tanto tiempo erizaba su piel. En el texto le pedía se reunieran para almorzar, unas líneas finales donde mencionaba que su número de celular había cambiado. Inmediatamente evitó el pensamiento, pero en el fondo era consciente de ese detalle. 

Hizo una mínima acotación al pie de la nota, "El mío no" y lo envió de vuelta con el mensajero. El siguiente mensaje fue recibido en su celular, ¿Dónde y cuándo nos vemos?, volvió a jugar con la situación, "Hoy, hora y lugar donde nos conocimos".

Se conocieron en una pequeña reunión nocturna, un restaurante peculiar a orillas de la ciudad, de esas que organizan los amigos mutuos a última hora, fue una velada agradable. Habían pasado varios años y aún se estremecía al recordarlo. 

Su encuentro fue emotivo, miradas profundas los volvieron al pasado, el tiempo se hizo corto, cuando se despidieron, le entregó un sobre violeta, discreto, sellado en lacre personalizado con el rostro de un león. Era la invitación para el baile de fin de año.

La noche de fin de año, mientras manejaba, iba absorta en sus pensamientos. Su conexión fue inmediata, había algo en su mirada de niño que la atrajo irremediablemente, de trasfondo oscuro, con cierto aire animal. Recuerda lo intenso que fueron sus encuentros, esa forma tan suya de escabullirse hasta lo más recóndito de su mente y desentrañar los secretos nunca revelados. 

Sus sesiones fueron increíbles, tanto, como el estremecimiento que sentía cada vez que su mente lo revivía. Desvelo su fetiche por los trajes entallados y oscuros y su deseo por su disciplina fueron cruciales en la fluidez de su relación, a su lado floreció mucho en el conocimiento y autoexploración. Después de prosperar en sus sesiones, se dejaban llevar con intensidad, hasta que cuerpo y mente quedaban laxos. 

Al llegar a su mansión, se acercó a recibirla. Se quedó observando su figura delgada, vestía traje oscuro y camisa blanca, guantes de piel a tono con su atuendo, su cabello corto parecía seguir su disciplina, zapatos impecables y sonrisa encantadora. 

Se acercó a ella, la envolvió en un abrazo prolongado en el cual, recorrió su espalda con sus manos y pudo sentir, que debajo del vestido negro estaba su sello, aquello que a él tanto le gustaba y ella portaba cuando se encontraban, luego se apartó ligeramente, la tomó del mentón, se inclinó hacia adelante para besar su boca, su cuello, ella retrocedió para soltar su amarre. Lo observó profundo, luego acercó sus labios carmín hacia el pulgar derecho cubierto en cuero, un discreto beso lo hizo suspirar hondo y prolongado, sus manos cayeron lentamente hacia sus caderas, fue un momento, luego las retiró pausado. 

Había mujeres hermosas en el salón del castillo, la semioscuridad lo envolvía en un halo de misterio, disfrutaron la música, los recuerdos, la compañía de una agradable velada.

La noche es larga ... Quizás desea cada uno más de lo que creían.

© Mujer de Negro


Como cada año, Mujer de Negro asiste al baile de fin de año 
organizado en su castillo por mi querido amigo, Dulce
Gracias por la invitación, fue una velada hermosa y llena de matices.